RICARDO ALVAREZ

ABARCAR TU CINTURA

 

 

 

 

 

Ver pasar el torrente caudaloso de aguas y piedras,

relámpago de cristales el rio transita a su desembocadura

y bajo los príncipes encorvados de rocas que unen riberas

se refresca el lomo de sombras y su larga crin color miel sombría

 

Sus espejos de cristales refractan rostros de cera diluida

sin olvido, algunas figuras reconocidas datan de viejas épocas

otras se evanescen en el brazo continuo y se desdibujan.

El canto melodioso de pájaros trinan y en recodo mi grácil damisela

proviene del manantial de flujo antípoda y constante,

enroscada con diamantes púrpuras su cuerpo navegante

aroma a pinos llevan sus trenzas,  espigas color  oro a su cabello,

eleva sus profundos cojos negros y en su mirar se asocian con los míos.

 

Paisaje majestuoso su piel cobriza, exaltación de lo bello,

la sonrisa vive en su rostro y canta como el mirlo

arde mi corazón y  reposa mi alma en su belleza sin esmalte.

No caben tantos azabaches de ojos en el la tierra ni en el rio.

Por ellos doy mi mundo, ellos dan luces a mi camino errante.

 

Radiante  cual la tarde que me conquista, mientras el flujo

sigue el trazo de su cauce yo miro sus pechos como panales.

Hermosa mía, es tu cintura como el rio que a ciegas transita su cauce,

de siega en cereales y un cuarto de luna menguante fosforecen

farolas a tu mundo. Largas piernas que recorro son mi camino vagante.

Tus sinuosas caderas dos pasteles horneados en algún sitio oculto, aroma a humo en tus panaderías curvadas, recodos de sitios conocidos, y no por conocerte te amo sin por lo que has hecho sino por lo que no has realizado quizás por no habértelo pedido, cercana muñeca mía.

 

Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo, cenizo del agua y la tierra viniste

Un rígido día del ayer tus ojos vieron la estrella derrumbarse. Divina

transitas como el rio hasta la plástica del hoy en el punto ápice del vino,

Eres tu el racimo cosechado en la mejor vendimia del incesante presente.

Extrañeza singular. Un amor que no se estrecha al límite carnal de la encina.

Del frutal pulposo que reluce su corteza y el carozo está intacto

como el soleado verano vigente.

 

Tal vez en lenta lluvia lave el tiempo de calendarios urdidos,

serán nuestros nombres paradigmas nobles de humilde arcilla

y tal vez ocurra que sin mis manos abarque lo dulce de  tu cintura.

 

 

 

De LLUEVE EL VIENTO EN LOS TEJADOS- a publicarse julio 2019 - Ed. PALIBROS - N.YORK - EEUU

 

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