Mi piel se confunde
con tu piel, mis besos
son un collar en tu cuello.
Mis manos deletrean
tu desnudez y mi aliento
susurra cantos eternos.
Es la hora del amor
y de los sueños, la hora
interminable del ávido deseo.
Y eres mía sin serlo
y yo tuyo del alma,
de carne, de abrazos,
tuyo de huesos. Nada se impone
entre nuestros cuerpos.
Sólo el fuego de siempre
y el sudor de sal, que amarra
los miembros y duros pechos,
hasta rompernos
en quejidos sin tiempo.