Esa vez que no quisiste ponerte de pie
cuando empezó el himno nacional. Estábamos
en un teatro o en un cine,
y yo en pie rogándote: Ponte de pie. ¿Qué tiene que ver
el himno con el gobierno? No es el himno
del gobierno, es el himno del país, el himno de todos
desde hace siglo y medio.
Y tú insistiendo que no,
agarrada a los brazos del sillón, clavada en el sillón,
que no me atreviera a tocarte, que no me atreviera
a intentar levantarte,
que nadie se atreviera, que no
se saldrían con la suya
esos bastardos milicos de mierda
que tocaban adrede el himno a cada momento
para controlar quién era contra o a favor del régimen.
En la sala eras tú la sola sentada y la gente
empezaba a murmurar, mirándote
con desconfianza o ironía,
hasta que llegaron dos policías y te intimaron
a que te pusieras de pie y los siguieras.
Ni entonces te calmaste, obligándome
a intervenir, pidiendo disculpa, alegando
tu escaso conocimiento del idioma, de las costumbres
del país y no sé cuánto más pude inventarme.
Y tú luego gloriándote de la empresa, a cada ocasión,
haciéndome pasar por un pávido
lameculos de los dictadores,
gloriándote de la hazaña de no haberte puesto de pie
cuando tocaron el himno nacional
igual que si hubieras resistido y ganado
una batalla decisiva por la libertad
en un país donde ya la dictadura no tenía adversarios
vivos o fuera de la cárcel o no exiliados.