Cálidos colores viste la tarde de púrpura
que en mil destellos se rompen en el verde valle,
en oro y grana se derrite el azul del cielo
y en gigante hoguera de rojos y áureos arde.
Poco a poco se apaga el canto de la oropéndola,
que con su trino alegra el idílico paraje;
su ejemplo siguen fieles el resto de avecillas
canoras que hasta el alba enmudecen sus cantes.
El silencio de la tarde camina despacio,
oculto entre las ramas del espeso follaje;
sus rumorosas pisadas se evaden del viento
y se diluyen entre los átomos del aire.
Sutiles dedos desliza una delicada aura
bajo las ajadas hojas caídas de los árboles,
sus susurros rasgan el cauteloso silencio
que reinó en el bucólico edén breves instantes.