Ocho horas de trabajo
era un grito consagrado
que las almas propagaban
en la lucha de Chicago.
Y en el mundo el movimiento
Incubaba el entusiasmo
contagiante del obrero.
¡Ocho horas de trabajo!
Andrew Johnson promulgaba
la ley Ingersoll, y al cabo
a acatar de mala gana
empezaron los Estados.
Aún no hubo cumplimiento.
Los Estados sancionaron
pero cláusulas pusieron
que burlaban lo dictado.
\"Indignante\" \"una patraña\"
y \"delirio de lunáticos\"
en la prensa así atacaba
a esta lucha el empresario.
Reventó el descontento
el primer día de mayo.
Por millares los obreros
acataban huelga y paro.
Y en MC Cormick, aciaga fábrica,
despuntaba un día trágico
cuando la desgracia ávida
perpetuó ese tres de mayo.
En campal levantamiento
a quema ropa hubo disparos
y a su ráfaga cayeron
seis obreros de Chicago.
Los heridos se apilaban
por docenas, pisoteados,
y los seis muertos coreaban
ese grito enarbolado.
Con su sangre concibieron
tal hazaña que hoy honramos.
¡Ese día fue el comienzo
de ocho horas de trabajo!