Estás ahí, vestida con una luz solitaria,
sin sombras a tu lado,
como evocando un grito que se pierde,
enredada en el verde suspirar de la existencia toda,
de las palabras sin flores y las moléculas vivas.
Estás viviendo, existiendo en tu esencia que se
extiende,
que besa los mares y muerde mis sentidos
y va poblando mis días,
poniéndole nombre a mis horas,
volviéndolas canción.
Un niño junto a mí extiende sus manitos;
hay tantos sueños que dar y días por hacer,
tú sigues estando en el lugar de siempre,
ardiendo como siempre.
El niño juega solo y el viento le regala un sueño.
Te encuentras en el mismo espacio,
y en estos momentos
el sol está muriendo sobre el océano,
se despide como dando un adiós muerto
y yo no lo puedo ver,
como otras tantas veces lo observé
mientras cantaba a tu oído
aquella canción que tú y yo sabemos,
que tú y yo sentimos.
Solo mi soledad aumenta su prisa,
con ganas de marcharse
a una latitud que no muera de frío,
donde un niño juegue solitario y abierto,
que quizá sea mi otro yo escondido,
donde aparezcas tú, como una flor ingenua,
como mariposa que juega en el verano
y que vuelve a sus sueños de oruga.
Siempre estás ahí, siempre te encuentro,
mientras un niño sigue jugando a mi alrededor,
mientras voces extrañas pretenden
congelar mis sentidos,
mientras voy de sueño en sueño
y de una rota realidad tras otra.
Hasta que vuelvo a mí mismo y te encuentro
en el único paraje que sobrevive en mi alma.
Maturín 28/09/99