Palabra que nombra lo imposible
en el campo inestable de la vida,
enema inoculado, como tantos,
en el débil cerebro de los hombres.
Sin embargo, pensemos un instante
su realidad en esta tierra incauta,
para hablar de sus míticas bondades
cuando aparece, muy de tarde en tarde,
con su fardo de soles improbables.
No es la ofrenda de torpes asesinos
ni la señal de políticos tramposos,
mucho menos la dádiva sagrada
prometida por oscuros Vaticanos.
Va cubierto su rostro de crespones
cuyos extremos levantamos ávidos
con la mano que da el conocimiento
en el arte, la ciencia y la cultura,
como exótico dios de la esperanza.
O ese otro gran engaño delirante
que propicia soñar con los abismos,
los desiertos, las cumbres y los mares,
el beso humedecido en nuestros labios
y el amor que persigue desbocado
lo que sobra después de la matanza.