Tengo una carta escrita
guardada en el dormitorio de mis olvidos.
Lo mas de ella son verbos melancólicos,
respiros fracasados de una atmósfera sepultada
por los días de lo que pudo ser.
Hay en ella dientes mal acostumbrados
y curiosas digestiones
y amores imposibles
y te quietos inoportunos
sin acuse de recibo.
Cerrada no está,
al cambio tiene restos de tierras conyugales
que matrimonian cada día la intención de releerla.
Es lectura vieja y tiene tallos y restos de zumos
consumidos que forman tribunales.
Son días,
calendarios establecidos en años
y etiquetas con parpados fracasados.
No hay miradas soslayadas ni intenciones vacías.
hay centros puros de lo impuro de la pura intención.
Tengo una carta escrita
que me lanza cenizas de sonidos.
Las consonantes y las vocales,
su narrativa e incluso su intención
estas hechas de aguas rotas
que se desbocan en los saltos de mi memoria.
Es el bagaje funerario
para cuando la paloma empiece a ser ceniza.