Beatus ille qui procul negotiis,
ut prisca gens mortalium
paterna rura bobus exercet
suis, solutus omni fenore,
neque excitatur classico meles truci
neque horret iratum mare,
forumque vitat et superba civium
potentiorum limina.
Quinto Horacio Flaco​
He ahí deliciosa sombra
que se abre cual amapola
en la esquina de una vereda.
Escasa luz que la enreda
da el tono justo de esa
que fue en mi infancia:
Aquel patio de veladores
que dibujaba mis veranos.
Aquel rumor de agua
que invitaba al sueño,
aquella quietud de cigarra
que reventaba abrevaderos.
Aquel aroma que corría
sierra abajo, para anunciar
que un poema está llegando.
Aquella higuera, sabor y
olor en mi alma incrustados.
Aquella tapa de menudo
aderezada de chorizo,
tan hiriente a la lengua
que apetecía fresco bebedizo,
ya fuera propio o extraño.
Salgo de mis aledaños
por veredas de descanso,
el jumento apresto
con silla de soñar,
me encabrito a horcajadas
sobre el poniente viento
que me vuele al solaz
que deseo.
Mi corcel me conduce
a la esquina del recreo
donde la parra en celosía
esculpe el rayo
hasta dejarlo quieto.
Uvas de caramelo
se me antoja el destino,
mi recuerdo testigo
del velador, la parra, el higo,
la fuente de Castalia,
de henchido caño,
retozando en un costado,
para aliviar al viajero.
Sombra de verano
con su justo tamiz y trazo
que cada tarde hallo.
Súmeme en tu íntimo regazo.