Era tu rostro ternura
eran tus manos caricias
fueron grandes tus desvelos.
De mi infancia, las delicias.
De fantasmas me libré
con tus prácticas pericias,
en tus brazos misioneros
con ritmo me protegías.
Eras brisa en la mañana,
la esperanza de mí misma,
mi diosa más admirada,
mi diosa más requerida.
Tras los húmedos cristales
de aquella casa tan fría,
arrimadas a una estufa,
con tu don de bonhomía,
mi tarea programabas
mientras alegre reías.
Los ochenta ya has cumplido
sigues siendo presumida
y conservas ese humor
y conservas tu sonrisa.
Te quiero felicitar
sigues cuidando a tus niñas.
Con esmero y con prudencia
eres mi madre la misma,
en la que antaño confiaba
y a quien siempre recurría.
Música tú me enseñaste,
teoría de la vida.
Hoy se refleja en tu rostro
la luz, con mis poesías.
Satisfecha de entusiasmo
me haces sentir una diva.
©María Teresa Fandiño.
Poema registrado, incluído en mi poemario: \"Alma gemela\"