Mucho de lo que debió ser escrito,
yace en mí,
se bifurca y crea canales infinitos
de veloz demencia.
Arde el horno donde se cuece
esa mentira, y ese anhelo,
sobre las cenizas casi apagadas de un
profundo amor.
Casi no comprendo, pero asiento
ante un camino marcado quizá por la locura,
miles de señales indican la dirección a seguir.
Me percibo atado como esclavo, quisiera matar,
destruir para reconstruir, para durar.
De la nada ese túnel macabro se presenta,
como una encrucijada maldita
a punto de poner en jaque a la realidad misma.
Su oscuridad vasta y sombría
acecha este cuerpo y esta mente,
mientras pienso en desfallecer.
Suficiente adrenalina para tan pocos días,
diría yo, me siento manipulado,
aunque soy el eje de la situación.
Soy fuerza, soy física cuántica,
manejo de probabilidades casi inauditas.
Vislumbro un pequeño destello al pasar,
tan sólo al recorrer los primeros pasos
de este túnel infértil, añejo,
como la vida misma.
Pequeñas luces que se suceden entrecortadas,
cuando presto atención, ya no están,
se confunden con el propio destilar
de un corazón incauto, disto a cambiar..
Tan sólo camino entre putrefacciones,
cuerpos malditos de mis yo anteriores,
corazas, vainas, pieles cambiadas y deshechadas,
miro sus caras, cuánto sufrieron!,
pero fué en pos de mis nuevos ojos,
quizá equivocados pero mis ojos al fín.
Atino a mirar ese punto de partida,
y esa noble limusina que me trajo
todavía espera por mi retorno,
pero no es impaciente, tan solo
desea en silencio observar mi cruce de realidad.
Olvido tantas cosas de ese viaje,
tanta experiencia que al fin y al cabo
no entiendo si llevo conmigo
o fué sepultada bajo escombros de llantos...
Ese fin es enormemente frágil,
una herida que no daña, pero reconstruye,
cambia mis cimientos hacia lo paralelo,
funde mi ser entre manjares e idioteces,
recombina el color de mis miradas
mientras ese conductor observa, paciente..
Pero decido cruzar el túnel.
Doy tumbos, como si aprendiera
a caminar por primera vez.
Recuerdo el gusto
de las primeras palabras dichas.
Los primeros cortejos.
Por momentos quisiera correr desesperado,
pero ante la inmensidad del vacío,
ante la inescrupulosa y valiente aunque justiciera
grandeza de ese inconmensurable espacio negro,
me detengo en un parate gigantezco,
aunque no siento miedo por esa envolvente envergadura
del universo de probabilidades que es, en definitiva,
la soledad..
Tan solo un respeto ante los tiempos de este cosmos,
puente imaginario entre distintas correspondidas,
aunque no puedo vislumbrar al futuro,
sé que esta ahí, como la vida misma,
y sé que es perpetuo.
Mas no lo es tanto el punto de partida,
al que no logro mirar devuelta por más que me esfuerze,
una parte igual sigue anclado a él.
Los recuerdos como hombrecitos de paja
intentan doblegar mi paso,
pero este es firme, mas no conciente,
no es con decisión que quiero llegar a esa meta,
sino que el instinto de supervivencia
me fuerza a hacerlo.
Mi alma llora desconsoladamente,
se quiebra en miles y miles de pedazos,
por dos cosas claramente opuestas.
Grito porque es verdad, porque soy yo.
El sonido de calma anterior es tan... corto,
y tan eterno a la vez, pero no presente
ante el estallido de ese grito de monstruo
cuya omnipresencia
sacude el lugar mismo.
Mas calmado pero oblicuo,
algo marchito, sigo ese caminar,
y doy cuenta de lo nato del recorrido hecho,
y cuan patético en su duración,
tan sólo unos miles de centímetros.
Queda por batallar unos miles de kilómetros,
lo sé por la pequeña luz que logro ver,
por fin candente, pero tan chiquita
aunque promete y sé que es inmensa
en su capacidad para iluminar...
Queda por batallar unos miles de kilómetros
hasta esos labios color púrpura..