Hay muchas maneras
de ser felices en la vida.
La primera es aquella
que nos pide desprendernos
de las responsabilidades...
De pasar por el mundo
sin que nada nos toque...
ni el amor, ni el desamor;
ni el bien, ni el mal;
ni la luz, ni la oscuridad.
De reír siempre
aunque no hayan motivos verdaderamente importantes
y jamás llorar
porque las lágrimas
son sinónimo de tristeza.
Se es feliz porque
hay ausencia de dolor,
de compromiso, de necesidad.
Hay otro tipo de felicidad
que implica mirar la vida
con otro prisma...
Es la felicidad de los logros,
de los resultados trabajados,
de la alternancia de emociones,
de sentimientos.
Allí se disfruta
de la risa que contagia
y de la lágrima
que conmueve.
Se disfruta de la necesidad
de provocar las sonrisas
y de mitigar el dolor.
Allí se es feliz
superando el miedo,
doblegándolo y sacando
provecho de la fuerza
que imprime una vez se toma
la decisión de enfrentarle.
Pero hay otra felicidad
que nadie conoce,
que nadie imagina,
que nadie puede sentir...
Es la que siento en mi corazón
cuando veo tu hermosa sonrisa,
cuando clavas tu linda mirada
en mis taciturnos ojos,
cuando susurras tus palabras
dulces a mi atento oído.
Es esa felicidad
que se siente
al conocerte,
al quererte,
al vivirte.
Es una felicidad
que sólo tiene un nombre:
el tuyo...
y que sólo se encuentra
en un lugar:
mi corazón.