Me escondo detrás de la mano
con la que tapo mis ojos.
El mundo – pienso – no me ve
igual que yo no lo veo.
Es un refinado juego de astucia
del cual me siento muy orgulloso.
Así paso desapercibido la vida
sin ver y sin que me vean.
Cerrado como un molusco bivalvo,
puede incluso suceder que un corpúsculo extraño
se cuele en mi interior y que yo, por defenderme,
lo envuelva con mis secreciones y haga de él una perla.