Dejé crotoreo en la memoria
y tordos en la casapalmera,
vine a recobrar el runrún
que fluye sobre el asfalto,
tan cerca estoy de los muros
que saben de mis suspiros
que puedo oír al respirar
de sus trasnochados poros,
allí mora aquel estanque
que nunca supo dibujar la secuencia
de tu voz,
el joven ciruelo que aspira
abrazarte con sus ramas
y la vidriera que comparte
los destellos luminosos
de tu iris.
En el pasillo profundo
ya puedo verte,
me estremezco con mi piel,
miro a la campana, a la iglesia
y a la bandera de la puerta
¡por fin tu mirada!
Bocanada de aire, blanca mariposa
laurel que cobijas
las plumas del mirlo de incrédulos soles,
el hacha indolora castiga
el jardín
donde tus pasos dejaron
la huella
que marca mi antebrazo.
Sufre la jacaranda, el pacífico, la acacia,
sufre el árbol del amor.
Del amor,
con sus hojas quiero envolverte
en un otoño lluvioso
hasta que broten rosadas
en verde tallo
las horas que te debo de mi ser.