Siempre amé tus silencios,
me los bebí despacio y
aprendí a
distinguirlos por el suave
temblor de tu labio
inferior, por el frío
contundente de tu mano o
el latido callado de
tu mirada.
Siempre amé tus silencios,
por desgracia aquello no
lo supe hasta mucho
después.
Lázaro.