Sentado bajo el árbol, reclinado
contra su sólido tronco, meditaba
controlando mi respiración, concentrado
en el control, justamente, del flujo de aire que entraba
y salía de mis pulmones, como una brisa
en un día de primavera. Las hojas
colgadas de las ramas temblaban
al ritmo de mi respiración primaveral. El árbol
meditaba conmigo, absorto conmigo, en escucha
del sonido de cada una de las hojas vibrando en el aire
movido por mi aliento,
meditando él también con mi mismo ritmo.
Y yo meditaba con él, yo era ya él, el árbol vivo
de una vida así de difícil
a concebir como vida
para un ser errabundo, sin raíces, como soy yo.