Veredas colmadas de cuerpos,
como en una autopista,
todos acelerados,
huesos, carne,
empujando,
compitiendo a un ritmo feroz,
la ciudades escupe a los lentos,
y cobija a los alienados,
respira y se acelera,
el tiempo es oro,
aunque sus vidas no brillen,
en sus calles perfectamente planeadas,
con sus edificios gigantes,
tapando el sol,
ahogando el aire,
en mano y contramano,
se hipnotizan a pocos metros,
se reconocen,
se olfatean a metros,
clavan sus talones,
ella deduce por el tamaño de su panza,
que su rodilla le impidió seguir jugando al futbol,
él nota en sus caderas que su vientre fue cuna,
se miran,
se reprochan en un parpadeo,
se convencen que el tiempo escondió en el mazo las cartas ganadoras,
los empujan,
sus cuerpos resisten la correntada,
en un acto inconsciente,
como la inocencia..,
como las promesas que se juran con los labios unidos,
se dejan vencer..,
que ganan con resistir?
si todo es pasado,
buscando en el ritmo frenético una postal de la felicidad,
se rozan,
ella al norte..,
a la estación del tren,
él al sur..,
al silencio y las calles viejas,
se pierden..,
como los pétalos en el viento,
como los suspiros en el huracán,
esta ciudad autómata,
no se entero,
de los cuerpos que una vez fueron pájaros,
y hoy como piedras,
se dejan arrastrar por la correntada
de los días programados,
de un pasado dormido,
que sobrevive pidiendo monedas de cariños
en la puerta de un banco.
Daniel Memmo