\"El necesitaba que le escribiera con sangre su cuerpo, con la sangre que bullía loca por mis venas cada vez que lo tenía cerca. Que le escribiera en sus labios palabras sensuales con mi lengua húmeda de mieles y menta.
Necesitaba que mis dedos dibujaran en su espalda rosas embriagadas de sudor cuando su cuerpo se quebraba sobre mis senos erguidos en busca de su boca jugosa y ávida de las corolas de mis pezones doloridos del deseo que me provocaba su piel.
El necesitaba embriagarse del olor de nuestros cuerpos crepitando en la hoguera de la lujuria que nos desvelaba en largas noches de amor desbocado, como potros salvajes.
Sus manos eran artífices perfectos, era un concertista eximio que arrancaba las notas más exquisitas de mi cuerpo convertido en su caja de resonancia.
Volaban palomas desde mis venas a mi corazón encerrado en la cárcel de mis costillas, que no permitían que en vuelo insuperable se escapara de mi pecho, cada vez que con suave y rítmico moviendo entraba en mi cuerpo codicioso de poseerlo.
El necesitaba de mí respiración insuflándole vida, aliento, cuando su jadeo me indicaba que estaba llegando al máximo de su goce, casi al paraíso, y sus ojos destellaban el placer que sentía.
Mis manos diagramaban en sus caderas el vuelo que lo llevaba al nido de mi pelvis donde caía agotado suavemente para dormitar en mi pecho agitado que acunaba su rostro pleno de satisfacción.
Me necesitaba como el pan el hambriento, o la misericordia el mendigo, moría y renacía en las orillas de mis muslos, bebía mi humedad como lo hace el sediento con un vaso de agua hasta saciarse y se convertía en esclavo de mis fantasías que gozaba febrilmente, delirando como loco.
Nunca nadie había despertado en mi esa necesidad de complacer el cuerpo hasta más allá de lo posible como ese hombre que me convertía en diosa y esclava y él a su vez se transmutaba en ángel y demonio, subiéndome al cielo en sus brazos y hundiéndome en el infierno mas cruel cuando se despegaba de mi cuerpo que sentía el dolor inmenso de su alejamiento, como si fuera un árbol al que lo desgajan, porque eso parecía él en mí, un apéndice de mi cuerpo, una rama de mi tronco.
Él necesitaba que le escribiera con sangre en su cuerpo de almendra madura que lo amaba, que lo necesitaba, y en su obsesión suplicaba con besos que arrancaba de mi boca a veces mordiendo mis labios, con caricias que vestían mi piel de temblores, rogaba dibujando con su boca, sus dedos, su lengua, paisajes en mi vientre con nubes azules, cielos rosas en mi espalda, creaba manantiales en la cascada de mi pelvis y hallaba la perla del goce perfecto en su búsqueda insaciable por regalarme el mar infinito del placer
Pero nunca pude escribir con sangre, porque mi técnica era deslizarme suavemente por su cuerpo, caminar por sus planicies con la delicadeza del vuelo de las mariposas, cubrirlo de placer sin dañarlo, elevarlo a la cumbre del goce embriagándolo con el perfume de mi piel, enredándolo en la suavidad de mi cabello, extasiándolo con caricias de seda.
Solo podían mis ojos gritar que lo amaban, mis labios susurrárselo mientras besaban su cuello y jugaban con el lóbulo de su oreja, mientras caían mis besos como guirnaldas por su torso perlado de sal, pero no le bastaba, no entendía, mi hombre, no comprendió nunca que la sangre me impresionaba.
Angela Teresa Grigera
Imagen tomada de internet