Tu vientre fue mi habitación segura,
tu savia umbilical mi elíxir prematuro,
que colmaron los instantes de ternura,
en la espera de un vuelo hacia el futuro.
Las caricias invisibles de tus manos,
tu voz suave, hablándome sin verme,
salían de tu alma como besos lejanos,
en la espera silenciosa por tenerme.
La tarde solitaria de un día sencillo,
en dolor de alegría me trajiste a la vida
que abrazada al llanto de un chiquillo,
sellabas con tu amor que nunca olvida.
Con tu amor que no conoce frontera,
un amor sin cadenas, ni egoísmo,
dispuesta a entregar la vida entera
y por tus hijos caer en el abismo.
Cuidaste cada uno de mis pasos,
cada vez que caía tu amor me levantaba,
mis temores cubrías con tus brazos
y en tus senos de tu ser me alimentaba.
Fuiste aurora de luz a mis mañanas,
a mis tardes de dolor fuiste consuelo,
luciérnaga de mar en mi ventana
que cuidaba en las noches mi desvelo.
Un día me alejé buscando otro destino
y tus ojos ahogados de amar tanto
se quedaron silentes en mi sino
como noche en el aroma del mastranto.
Y la noche que me mira pensativa,
me recuerda de tu espera silenciosa,
del deber de amarte mientras viva,
mi vieja, mi jardín, mi rosa.