andrea barbaranelli

Arco iris sobre el Danubio, cerca de Bratislava

                            para Renata y Milan

 

Una maraña de hilos que es mucho más

que una maraña: un entramado

o un tejido hecho con colores

sin materia, incorpóreos,

unos colores que brillan

y se esfuman, un nudo

que se desataría sin resistir

a mis dedos si no estuviera tan lejos,

allá arriba en el cielo, inalcanzable,

un mensaje cifrado

que descifro solo recurriendo

a los mitos antiguos, si me abren

su sentido secreto.

Los colores del iris, separados

por el sinfín de prismas

de las gotas de lluvia suspendidas

en el aire y formando

un puente sublime sobre el río,

el arco en cielo, el arco de la lluvia,

el arco de Iris, mensajera de los dioses,

un puente sublime que junta

la dos orillas por arriba

del agua corriente del río

engrosada por la misma lluvia

que empreña el aire impalpable

para que engendre el milagro

del puente que une las orillas

separadas por el agua impetuosa,

la corriente de agua que arrastró,

que separó y que ahogó,

la corriente que llevó cadáveres

de hombres que trataban de cruzarla

a nado, impedidos

por hombres uniformados

que les disparaban como a latas vacías

en un tiro al blanco de feria

a los que querían evadirse

de un paraíso terrenal

muy bien defendido y vallado

y sin salidas.