Abogados espantados,
enojados, colorados,
que emocionaron mi casa,
mi familia, mi nostalgia,
mi importancia de una hormiga
que busca por la terraza
las migajas que derrama
la gente con elegancia.
Carpinteros blancos, feos,
que olfatean a la muerte,
la ceniza, la conciencia
de los pueblos del oeste,
los tiroteos de Dallas,
los atentados de Francia
y las llagas de Brucelas
por un mundo que no llega
a encontrar ni paz ni calma.
Elefantes grises, rojos, verdes,
todos llenos de lombrices,
de cansancio con abrojos
y pelos en las narices.
Todas las mañanas
escucho la radio
que dice la hora,
el tiempo del día,
la ciencia de todos,
la vida escondida
y los disparates
de la gran rutina
de gente aturdida
cuando se levanta
sin meta en la vida.
Diputados engreídos,
feos, malos, retorcidos,
que no tienen alma,
piedad ni cariño,
que no les importa
si muero o si vivo,
complejos de viejos
que se despertaron
cuando les llegaban
los últimos años
recogiendo en vano
eso que sembraron
en tiempos de antaño.