Hermoso atardecer observe ayer mientras el Sol se ponía por el Horizonte después de una larga jornada.
El astro rey al fin se despedía para continuar su labor en la lejanía; allá por otros lares.
Extasiada gozaba de tan sublime belleza a pesar de las muchas veces que contemplé el crepúsculo desde el Espíritu Santo.
A pesar de ello siempre me parece encontrar nuevas sensaciones, nuevas figuras que dejan los rayos ya mortecinos en las aguas.
Siempre se me asemeja que el Sol y la Mar se funden en un abrazo, que el Horizonte es un sacro lugar donde los dos amantes se encuentran cada jornada. Algo así como el altar mayor donde los enamorados dejan desplegar sus ardientes deseos de encuentro. Donde el grandioso elemento de fuego apaga su sed de amor en la más fecunda de las aguas que puebla el planeta Tierra; y ahí, en ese sacro altar la unión de los enamorados se transforma en mágica, y esa milagrosa unión es capaz de procrear prodigiosas divinidades que los hombres subliman.
Así, entregada en mis ensueños me dejé envolver en la fresca calina que comenzaba elevarse después de que el Sol y la Mar corriesen sus celajes para no ser contemplados en sus lances amorosos por indiscretos testigos.
Autora: Luisa Lestón Celorio