Una ardorosa tarde de verano
me hallé solo a la orilla del río,
bajo la fresca sombra de los álamos
se edulcoraba el rigor del estío.
Los áureos rayos de polvoriento oro
bañaban los remansos cristalinos
que semejaban espejos de paz
rebosantes de dorados sigilos.
El agua fluía llena de añoranzas
y recuerdos que yo había vivido
en algún lejano lugar del tiempo
y ahora ya eran parte del olvido.
La tarde se alejaba perezosa
con el caminar pausado y sumiso,
entretanto mi alma se adormecía
en un silencio áureo y cristalino.