A. Y
Te adivino en mis recuerdos,
intacta,
como una pregunta sin respuesta,
un tal vez que se acuesta a mi lado
cada noche,
un deseo que se esconde
entre los pliegues de otra piel.
Te adivino en mi boca,
repitiendo un beso,
susurrando
los silencios que sembre en tu vida.
Me lo dabas todo
y dejé tu esperanza a la deriva,
te abandoné
como a un tesoro que se olvida,
pétalo a pétalo
fui marchitando esa rosa,
cambie las miradas por espinas
y la esperanza por lágrimas.
Asi te fui adivinando en mis manos,
herida por la vida misma,
te abracé el alma lo más que pude
sin saber que te había soltado...
y volví a fallar
como los días te habían fallado,
ni Dios me podría perdonar,
ni Dios mismo me clavaria esta pena
que ahoga mi sangre
Quien habría de amar tu poesía y tu noche,
lavar mi culpa
y devolverte los días
en que tu sonrisa tenía motivos:
yo no tengo fe,
no me queda,
ni merecerías que la tuviera.
Ay mi diosa coronada,
sutil aroma a lluvia que florece
en la tristeza más pura de todas,
quienes éramos entonces
si no dos locos extraños
que en alguna vida se miran,
se aman,
se olvidan.