Tengo huellas de sombras en la garganta,
huellas de biota entre las uñas,
huellas de asombro inabordable,
de absurdos aciertos y opacos cristalinos
que me muerden cada vez que intento recluirme
en mis propias entrañas.
Quedan huellas de hambre en las palabras
de las tristes cocinas,
en lo que el viento no puede arrebatar,
en la mucosidad de famélicos infantes
que acopian las lágrimas necesarias
para llegar a hombres
en su lucha a muerte con la vida.
Hay huellas en nuestro pelo que no
respetan el olor de las perfumerías,
que no se extinguen con shampoo
y no pueden peinarse porque no aceptan enmiendas;
tengo huellas de vida y de muerte en mi piel,
huellas de sombras, huellas de tiempo,
parecidas a tus huellas,
menos hondas que las tristezas
del que pregona un sueño que no alcanza la noche
para descubrirlo.
Huellas de lo que nunca tuve,
marcas de piel,
de álgidas luces de moribundo aspecto;
huellas de polvo en mis ojos
que coagulan las lágrimas;
huellas de humanos,
surcos vacíos al final de nuestro aliento impúdico.
Huellas que desaparecen en su tendencia
a la muerte
que nos coloca el punto final a nuestros huesos.
Huellas de miedo y de ternura
que vamos esparciendo entre el mundo y la gente
que maldecirán o bendecirán la memoria
de nuestro propio vestigio.
¿Cómo quieres tú ser recordado?