¡Cuanto te adoro, mujer hermosa!
Pero me causas enorme pena,
miro tu frente, con luz serena
llena de gracia tan primorosa.
Cuando contemplo tu faz preciosa
siento en el alma mortal cadena,
tu indiferencia es la condena
inmerecida, y tan dolorosa.
En tus suspiros, que tanto espero,
quiero me brindes tu dulce aliento;
como las flores del limonero
cuando las roza tranquilo viento,
riegan su aroma por el sendero
dentro llevando, de amor unguento.
Autor: Aníbal Rodrígez