Para escucharte no bastan las horas tranquilas de la mar
el sobrio rojizo en la tarde caribeña al desbaratar
en el paso uniforme de centauras avecillas del norte
que traen raudos corpiños celestinos fresca blanca nieve
de vuelo circular, buscando el sol que del horizonte cala
en la cintura fría del grisáceo y la soledad magra.
Tétrico mi pensamiento, la profunda noche era solera
envejece la lúcida hora de tu palabra pasajera
cuando, separada del sol, de las montañas, de ficta mente,
trazaste con pincel desaforado un suspiro impertinente
sobre el perturbado rostro de impetrada y asida inocencia
al breve instante del sol, el atardecer que vive desquicia.