Hoy, sin pensarlo,
he levantado los ojos al cielo
y no he visto las golondrinas.
Es increíble, de veras.
Habían llegado
festivas
hacia finales de abril,
habían llenado el cielo
de gritos y vuelos,
y ahora
a comienzos de junio
han desaparecido,
las golondrinas.
Habían llegado
desde allende el mar,
desde el sur,
a pesar de la contaminación
a pesar de los insecticidas
a pesar de las cornejas asesinas,
cada año menos numerosas,
pero igual habían venido
para quedarse hasta finales de octubre.
Y ahora,
como por una brujería,
desaparecidas
antes de que el verano empiece
en todo su esplendor
cuando es más hermoso trisar
y correr en los cielos
abiertos de los callejones
desde el cielo al nido
y desde el nido al cielo.
Desaparecidas.
Quizá las heladas
de estas últimas noches
quizá las lluvias torrenciales
quizá simplemente
porque la ciudad las desterró
considerándolas intrusas
sin derecho de asilo,
clandestinas
que deben reenviarse allá
de donde han venido.
Y tengo la misma impresión
que tendría
si, en una noche
sin nubes,
levantara los ojos al cielo
y lo encontrara sin estrellas.