andrea barbaranelli

Las golondrinas

Hoy, sin pensarlo,

he levantado los ojos al cielo

y no he visto las golondrinas.

Es increíble, de veras.

Habían llegado

festivas

hacia finales de abril,

habían llenado el cielo

de gritos y vuelos,

y ahora

a comienzos de junio

han desaparecido,

las golondrinas.

Habían llegado

desde allende el mar,

desde el sur,

a pesar de la contaminación

a pesar de los insecticidas

a pesar de las cornejas asesinas,

cada año menos numerosas,

pero igual habían venido

para quedarse hasta finales de octubre.

Y ahora,

como por una brujería,

desaparecidas

antes de que el verano empiece

en todo su esplendor

cuando es más hermoso trisar

y correr en los cielos

abiertos de los callejones

desde el cielo al nido

y desde el nido al cielo.

Desaparecidas.

Quizá las heladas

de estas últimas noches

quizá las lluvias torrenciales

quizá simplemente

porque la ciudad las desterró

considerándolas intrusas

sin derecho de asilo,

clandestinas

que deben reenviarse allá

de donde han venido.

Y tengo la misma impresión

que tendría

si, en una noche

sin nubes,

levantara los ojos al cielo

y lo encontrara sin estrellas.