El callado poder de los espejos.
Las promesas de la luz. El gesto
inesperado de la criatura que despedaza
el previsible destino de los padres.
Ya no estás en el silencio. Grita, herida,
la luz del día.
No estás en el silencio de las aguas
ni en el silencio del espejo que instantánea-
mente deshace la pesantez del cuerpo.
La ciudad se fragmenta en las esquinas.
Atrás de cada puerta
hay una fuga nocturna de puertas.
Así edificaste tu ciudad. ¿Hacia dónde
llevan las calles que entornas con sigilo?
Así fabricaste tu casa: paredes y techos
en la múltiple eternidad del espacio repetido.
Así te construíste a ti mismo: cuerpo
asomando a la luz que lo congela
en el instante asediado entre dos vértigos.
¿De quién es la mano que hace gestos
desde la orilla de otro cuerpo? Grito
sin respuesta, la mano
delante de tus ojos. En el viento
la ves bajar, subir y bajar
según el subir y bajar de las olas.
Estás entre dos noches paralelas,
sentado en un tren en marcha
hacia una estación donde nadie te espera,
indiferente a lo que te depara el paisaje,
pero a la estación de destino tendrás que apearte
como un viajero de comercio en una ciudad desconocida.
Tendrás que descender y echar a andar,
entre una muchedumbre de cuerpos sin rostros,
al paso subterráneo que lleva a la salida.
Ahora estás caminando por las calles de esta ciudad
a la que levantó el sueño de tus padres.
Al doblar una esquina, adviertes de pronto
el derrumbe de los edificios, bajo el cielo inamovible,
y te percatas
de que aquél río de improvisa lumbre es el antiguo Aqueronte
con sus muertos que se amontonan come en otoño las hojas
sobre la lívida ribera.
Nadie se dará cuenta de que
el que camina por la calle es tan solo tu cuerpo
lavado por el agua de los muertos.
Te estrecharán la mano y
cruzarán contigo algunas palabras casuales,
pero tú sabes que tu cuerpo se está deshaciendo,
transformando, volviéndose
un pájaro de chirriante voz
cerca de una marisma cenagosa.
Alguien tendría que descender hasta aquí
y consentir que te acerques a la sangre oscura
derramada en la fosa cavada en la tierra
para que bebiéndola puedas
ser finalmente el hombre que pudiste haber sido.
Pero nadie bajará en este aire sin estrellas.
El río seguirá fluyendo, cortándote el paso.
El barquero no se acercará a la orilla.
Tu grito no romperá el espejo.
La luz disecará tu mano.
El agua gemirá en los pozos.
La entera creación estará gimiendo, en espera
de tu parto frustrado.