Murialdo Chicaiza

SANGOLQUÍ

La primera vez que llegué

traía un evangelio falso

anunciado con un altavoz prestado,

en tanto mi voz de adolescente se esparcía

más allá del ruido de las palabras

del aroma de la cebolla y la hierba buena.

No era la medicina para las aves y el ganado

que se anunciaba en gris monotonía

era una trampa de promesas fatuas.

 

Recuerdo, la feria tenía de todo:

la delgada y verde lechuga

junto a la coliflor de un ignorado Fibonacci,

la col con sus nervios, la remolacha púrpura.

Más allá estaban las frutas

con su festival de obsoletas primaveras.

 

Pasaron algunos años y regresé

sin darme cuenta que la luz sí existe;

junto a la madre desterrada

descubrí el maíz y todas sus máscaras:

El choclo que ignoraba que era feliz,

y tanto lo era que no vi el amor,

un posible romance que ignoré

junto al tío vivo en círculo

(como a veces es la vida y los recuerdos),

junto al mercado y la feria dominguera.

 

Los primeros amigos de la juventud

aún recorren las estrechas calles de piedra

en mi terca memoria que aún recuerda.

Todo me parecía natural

era un dios acostumbrado al paraíso

y ahora siento que lo aprecio más

cuando desciendo a los infiernos de este mundo.

 

Cuando llegue mi final en algún posible delirio

sé que volveré a pasar junto al \"aguacate\"

y su soledad arbórea,

a su eternidad de breve plazo;

o talvez por el alma del maíz chillo

que tanto amo saborear .

Oiré el ruido de los cascos de los caballos,

de los voladores y la \"vaca loca\"

en el día del chagra y la chicha de fiesta.

Todo esto es Sangolquí y, seguro,

mucho más de lo que he escrito.