Nos quedamos aniquilados frente
al juego de colores:
rojo y añil y negro;
nos paralizaron los ojos
avizores del cobra:
un intercambio
de miradas oblicuas
malignas
entre él y nuestro espanto.
Restalló luego el chorro
de venenosa saliva,
de golpe.
Nos quedamos inmóviles
jugando
con el rojo y el negro y el añil
componiendo
un paisaje de diurna tiniebla,
de oscuridad con reflejos,
de sol en eclipse,
hasta desencovar
el cobra agazapado
el cobra
inmóvil
fósil
en relieve
en la roca.