Quiero divertirme, ¡viva, viva!,
morirme de alegría, de un solo golpe,
de un golpe al corazón o al cerebro,
un golpe bien directo y asestado
que me rompa los huesos en pedazos,
los huesos del pelvis y del tórax,
de las extremidades inferiores
y de las extremidades superiores
sin mencionar la espina dorsal
con su cadena de vértebras ensartadas.
La muerte seca es la más alegre
de cuantas se puedan concebir.
El baile del cadáver descarnado,
reducido a esqueleto limpio y liso,
pulido y alisado e inmaculado
es de todos el baile que más amo.
Voy a bailarlo contigo, mi adorada,
en cuanto ya me deje esta ansiedad
que me roe por dentro hasta la médula
ya desgastada de mis pobres huesos
y no me suelta ni me deja libre.
Me quiero divertir, ¡viva! ¡que viva!,
morirme de tristeza y alegría,
desmadrarme hasta que pierda el control
de las junturas de mi esqueleto.
Que todos mis huesos se sacudan,
se agiten, se desprendan y entrechoquen
armando un jaleo irreducible
a ritmo de bombos y platillos,
de atabales, tambores y marimbas.
La única cosa que no quiero
es que mi cadáver se repudra
y se hinche de gases y de pus
y despida ese atroz hedor a muerto,
esa inaguantable jedentina,
esa infección de carroña que apesta.
Voy a bailarlo contigo, mi querida,
el baile alegre de la muerte seca.
Nos miraremos en las cuencas vacías,
nos reiremos sacudiendo las mandíbulas
sin encías sin labios y sin lengua,
con tan solo los dientes para un beso,
soplando el aire por entre las costillas
de la caja torácica hecha astillas
sin pulmones que se vacíen y se llenen
con el frío reanimador de la mañana
que nos hacía llorar de alegría
cuando éramos bellos y queridos.