Jugaba con mis frágiles dedos de marfil
translúcidos pero no corroídos por la memoria
que ya desde hacía mucho los observaba y guardaba.
El juego iba esbozándose en el interior del espacio
que el perfil esconde a un ojo, si cierras el otro. Las perlas
escurríanse entre mis dedos y caíanse muy lejos
donde ya no era posible
seguirlas con la mirada,
más allá del cerco de sombra que me encerraba.
Y yo esperaba lo inesperado, que llegaría
en un momento del futuro y me agarraría
desprevenido,
aunque desde siempre estaba esperándolo.
Jugaba una partida sin historia previa y sin registros
de ganadores y de perdedores. Mi primera partida.
Totalmente concentrado en el presente.
Si preveía
la sucesiva jugada, me paralizaba el tormento
de la repetición ineludible.