Yo contemplo la luz de la alborada
cuando alumbra sus rayos matutinos;
los comparo a tus ojos cristalinos
y es mas claro el fulgor de tu mirada.
Yo que admiro la rosa inmaculada
con perfumes olímpicos, divinos,
al sentir tus alientos ambrosinos,
su fragancia se queda rezagada.
Cuando toco tu piel de porcelana,
la que envidian los blancos azahares,
me extasío en tu cuerpo de sultana
que me arrastra por rumbos estelares:
¡Es tu imagen tan fresca y tan lozana
que suspende del alma los pesares!
Autor: Aníbal Rodríguez.