Ella es de cabello suelto
y mirada enamorada,
su piel trae memorias
del olor que esparcen
las flores cuando son felices;
tiene la altura perfecta,
pues su frente,
queda a disposición
de mi boca,
y sus labios descansan
casi sobre mi corazón.
Me detengo siempre
para escucharla,
y recibo agradecido
el sonido fresco
de su tranquilidad,
mientras,
mis manos se deslizan
sobre su espalda,
suavemente,
como los pies del aire
sobre un mantel de agua.
Ella es mía,
no por mandato
de la propiedad,
es mía porque
yo soy de ella,
porque me siento útil
cuando sus ojos ríen,
cuando sus labios
saltan hasta los míos,
y sé que merecemos
ésta felicidad.
Eduardo A. Bello Martínez
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