Imaginemos solo por un momento, que la única regla es no hacernos daño.
Que falta poco para descubrir la cura para todas las enfermedades, pero las enfermedades mentales serán nuestro reto.
Decidiremos si peleamos con ellas, si dejamos que nos acompañen o aprendemos a vencerlas.
Entonces, imaginemos solo por un momento, que la educación será para todos, y no tendremos que tratar a nuestro hijos como objetos de complacencia, para materializar nuestros sueños frustrados o todo lo que no fuimos.
Imaginemos que no habrá que pagar escuelas privadas para darnos estatus, por qué aprenderemos que todos somos iguales.
Que podremos amar en múltiples formas y desnudos compartiendo distintas camas, sin temor al sida, el cáncer o la codependencia.
Imaginemos simplemente que no somos tan especiales, que lo especial es no sentirse diferente y querer que todos gocemos la esperiencia de ser humanos, de provocar con nuestros dedos, el arte, la música, la poesía, las ciudades.
Imaginemos solo por un momento que no tenemos que buscar la felicidad que no existe, por qué todos nacemos con el derecho a llevarla dentro de nosotros.
Imaginemos que no se tiene que trabajar por dinero, que trabajamos por el placer de compartir lo que hacemos. Que no existen los salarios, que no habrá injusticias. Por qué todos tenemos derecho a todo, salvo a la primera regla: no dañar a nadie.
Imaginemos solo por un instante, que las religiones no son motivo de guerras, que cada uno honra su milagro de manera distinta.
Imaginemos que los vicios no los necesitaremos porque son un escape, por qué no tendremos que escapar de nada y nadie, porque aprendimos a entender que todos somos diferentes, pero nuestra alma, tiene la misma luz que todas.
Tal vez Jhon Lennon, no estaba tan equivocado.