Ya no te debo nada.
Aquí tienes tu semen.
Apenas el desgarro
de un grito.
Apenas el latido exánime
de un corazón herido.
Arbusto que nace de un
estiércol abundoso,
segundas partes nunca
fueron buenas.
Canté en desvarío tras el
artista de la noche, desolado
me arrastro del naufragio.
Conocí a mi fantasma de la
mano que mecía la cuna.
Al pie de la tumba oí mi
santo y seña: Reencarnación
Dalí i Domènech.
Llevarás su nombre, Salvador.
Volví lo andado sin alma,
la carne atendía una mecánica
que no entiende de bitácoras.
Me llevaste a verle otra vez.
Mi amigo el ciprés levantó sus
ramas a mi paso, compasivo.
Me repetía como gotera mi
nombre, Reencarnación, no
se me hacían mis oídos.
Padre, me has robado el alma,
devuélvemela, maldita sea
tu estampa ladrón.
Padre, has hecho de mí el
templete de un fariseo, de
testero amable y de entrañas
castillo de naipes que zozobra.
Padre, te devuelvo tu semilla,
guárdala para que la historia no
olvide sus desatinos.
Bogo a salvo sobre un torpe
velero de papel secante.
Salvador yace sereno, yo, sin
nombre, erguido y errante.
Padre, por favor padre, llámame
simplemente Nadie.