I.
Los clavos que me hirieron ya son polvo.
El ilusorio rostro se ha borrado
de mis sueños. Estoy del otro lado
del sueño. Desperté del largo morbo
de la memoria. Dios es este puro
presente en que se obceca ya sin ansia
la poblada experiencia de la infancia.
La memoria es la sombra de un futuro
que plasmaron aquellas duras manos
ahora pobre tierra sin sonido.
Ya no soy yo. Me miro en un lejano
espejo sin reflejo. Dios ha sido
mi rostro ya perdido, rostro vano
de mi verdugo. Dios es este olvido.
II.
El hombre que han clavado en la madera
se fue reconociendo en los espejos
desvaídos del tiempo. Él, que ya fuera
el azar de una cara, es mi reflejo.
Está aquí. Me acorrala. Está a mi vera.
Es el insomne rostro que destejo
de la urdimbre del sueño, es mis ya viejos
ojos que se desvelan en la espera.
¿Cómo fui hallado en este laberinto
irrisorio de noches y de días
por quién yo no buscaba? Soy el extinto
recuerdo de una muerte y soy la vía
de la vida. Estoy dentro de la historia
que no se borra. Dios es la memoria.