Después de un largo día de paseo, juntos. Disfrutando cada momento contigo, nos fuimos al hotel. Después de haber tomado una ducha nuestros cuerpos queriendo entrar en calor, ya acostados en cama. Los dos abrazados frente a frente, enlazando mis piernas con las tuyas, besándonos con sutileza tan romántico. Bajaste una de tus manos hasta mi rayita vertical y comenzaste a masturbarme con tus dedos, haciendo suave presión circular sobre mi clítoris. Me mordía la boca, estaba muy caliente pues ya me empezaba a mojar y mientras me tocabas, mis caderas se movían hacia tu mano. Mirabas mi cuerpo en movimiento y mi cara de placer, respiraba con dificultad a medida que aumentabas la velocidad de tus caricias. Tus dedos ahora se perdían en mi interior, se lubricaban y volvían a salir para continuar con tu masaje por mi clítoris. Tu boca se apodero de uno de mis pezones y te mantuviste ahí hasta que acabe en medio de gemidos e intensos espasmos.
Me incorpore inmediatamente y baje mi cabeza entre tus piernas apoderándome de tu pene con mi boca. Estaba tan agradecida que quise devolverte el favor caricia con caricia y nada mejor que la cavidad más suave, húmeda y cálida que mi boca. Apenas lo introduje no tardaste en alcanzar tu máxima expresión entre mis labios y cuando empezó aparecer tus fluidos pre seminales detuve la chupada unos segundos para esparcirlos por la punta. Lo metí de nuevo en mi boca, solo la cabeza mientras mis manos acariciaban el resto del pene y las bolas. Me olvide lo que era ir despacio, quería probar tu leche, que acabaras ya en mi boca, en mi cara, entre mis pechos y ver tu cara de placer mientras salía todo ese líquido blanco. Sentir que eres mío y rendirme ante ti.
Un par de minutos después tus gemidos me anunciaron que llegabas, no me detuve, al contrario aumente la velocidad de mis chupadas en el glande y a lo largo de tu pene sin detener la meneada con una de mis manos, más y más aprisa, tus movimientos y gemidos hasta que sentí tu primer chorro golpear mi lengua; abrí mi boca y me separe un poco acabando de ordeñarlo. Los otros dos pequeños chorros impactaron con mis tetas y de nuevo con mi boca. Era tan tibio y delicioso que lo relamí, solo me limpie la parte baja de mi boca mientras subía y te di un beso en tus labios. Aún seguía caliente.
Te acostaste sobre mí, piel a piel sin que tocara las sabanas, tu pecho en mi pecho, tus piernas en las mías, apoyado de tus codos. Tus manos se apoderaron de mis nalgas y mis manos de tus hombros. Me levante un poco para ayudarte a que me penetraras, no pensaba dejarte en paz por ahora. Tu pene apunto a la entrada de mi vagina y comenzó a entrar lentamente y en esos segundos el tiempo casi se detuvo, el viento dejo de soplar, el mundo afuera y adentro de esas paredes permaneció en silencio salvo por murmullos apenas perceptible en nuestras gargantas, casi incluso dejamos de respirar mientras tu cuerpo entraba en el mío.
Por fin entró por completo y soltamos un suspiro como de alivio no sabría describirlo. Iniciamos el consabido, inevitable y delicioso movimiento circular de nuestras caderas, despacio, con algo menos de desenfreno que unos momentos antes, pues nuestros cuerpos comenzaban a conocerse, a aprender cual era el ritmo más placentero y adecuado para ambos.
Tu pelvis rozaba mi clítoris en cada pasada, apenas podía creer lo que estaba sintiendo, minutos después estaba a punto de un nuevo orgasmo, tenía al hombre más maravilloso del mundo arriba de mí y todo un fin de semana para disfrutarlo. Todo ese placer se juntó en un nuevo delicioso y estruendoso orgasmo que me hizo apretar aún más tu cuerpo, logrando que soltaras un chorro de ese líquido blanco y tibio dentro de mi vagina. Quedando exhaustos los dos rendidos en la cama.