Aquí la soledad, ese bufón impostergable,
Mandándose la parte con sus ejercicios de memoria.
Mientras la ternura se acumula y acumula,
Mientras los poemas, las palabras
Destruyen el soporte del papel y del sonido
Para llenar de ceniza y telaraña una existencia.
Tanta ternura que me quema, que me aplasta:
Tanta producción desenfrenada de caricias que amotina la estancia,
La va llenando de loables podredumbres.
Como nodriza que trata en vano
De darle el pecho a un bebé muerto,
Insisto y derramo lo sagrado de mí,
Abruptamente convertido en inservible.
Quién pudiera explicarle a mi máquina de afecto
Que lo divinamente innecesario no es belleza sino crueldad.
Desoigo el juicio de las personas al mirar -de reojo-
Esta inmensa hojarasca de ternura enclavada a los hombros,
Como si enfrentarme o evitarme fueran a disolver
Esta pegajosa pandemia de cariño sin destinatario,
La cosecha pasada donde anidan las moscas.
Así voy, rascando el vacío con las uñas comidas de la esperanza,
Cortándome con lo que no merece estas sangres,
Volviendo del sopor para atragantarme de rutina…
Y la ternura allí,
Avanzando sobre mí al ritmo de un impertinente desierto,
Como un gas letal e hilarante propagándose a cada rincón,
Una enredadera que derrumba las paredes de mi vida tan dulcemente
Que hasta el odio me es un ejercicio desganado.