Uno sólo de sus dedos frisa mi rostro,
surca su esencia hasta el cuello,
para apearse cabalisticamente
en el que ya es su eterno bósforo.
Sello los ojos y deseo su esponjosa caricia,
sigilosa y tremenda recorre mi piel alterada,
embelesa mi vientre y en arco torna mi dorso.
Mis caderas se prolongan,
el pecho tamboril es clave en su danza,
la pupila se dilata y el corazón se agranda,
el vello se alza venerando su porte.
Todos los jugos afloran en boca, axilas y sexo,
cada poro lo ansía, su aroma me abrasa,
y aunque en ese instante se detiene,
cuando abro los ojos y brindo con los suyos
el éxtasis corporal entera me embriaga.