Tenía los labios secos de extrañarlo,
le quemaban los dedos,
el pecho estaba vacío y hueco,
claustrofobico eco que la adormecía
disimulando sus latidos.
Le llovian los espejos sin reflejo
qué le mostraban la otra cara,
pero ya no él, pero nunca él.
Un nido sin techo le aguardaba la noche,
mientras el viento le susurraba un arrullo
al pequeño con flores de papel.
Canta zorzal que eres el único,
el que la salva de un suicidio con canciones,
mientras en sus brazos ya no lo tiene,
un regazo vacío que no conoció su calor.