El horizonte es crepuscular,
coloridos jirones se disipan entre largas
degradaciones y fusiones caprichosas.
El día ya muere con cantos de ruiseñor
y staccatos de búho.
La bruja milenaria, de amarillo pálido,
sonríe malignamente a los aullidos del lobo,
mientras yo bajo los mantos de sombra,
casi al borde del delirio
y sumergido en la nostalgia,
sigo cavilando y cavilando
sobre lo que pudo ser y ya no fue.
El tiempo, señor del Universo,
me lo ha arrebatado todo.
Él es inextricable, irreversible,
irreverente e imperecedero.
Nada puede detener su marcha...
Se lo lleva todo como en un vendaval de sueños
al pozo del olvido.
Luego la nostalgia por lo bello
y el arrepentimiento por lo que
pudiste hacer y no lo hiciste...
Pero aquellos hermosos fragmentos
de existencia efímera,
te marcan y te anclan en el pasado
y lo comparas siempre con el acontecer del presente.
Si no te hubieras ido de este idílico espacio,
aún estaríamos juntos, siempre juntos...
Nuestra piel lozana y fresca;
nuestra juventud maravillosa
se ha ido poco a poco,
pero nuestro ser es el mismo
desde el principio de los tiempos.
Nuestro amor aún no muere,
después de casi toda una eternidad.
En otro tiempo y en otro espacio
han quedado las escenas más bellas
que hayamos vivido...
Así quiero recordarte en el devenir,
bella princesa de ojos claros y cabellos de miel.
Cuando tu mirada me traspasa el alma,
parezco caer a un insondable abismo,
pero un abismo de encanto y bienestar sin medida,
donde quisiera permanecer siempre,
por toda la eternidad.