MADRE AFRICANA
Cántaro a la cabeza y niño en la cadera,
recorres impasible en amarga rutina,
esa áspera llanura que, en ardiente caldera,
se te pega a las plantas con pertinaz inquina.
Hace ya muchos años, que a aquel pozo vetusto
se le olvidó obsequiaros con su poción divina,
y ahora cada día, en un tormento injusto,
has de buscar el agua, a una cruel distancia
de donde está el poblado, por un paisaje adusto.
Caminas con aplomo, con sencilla elegancia,
herencia de una tribu de genuinos guerreros
que vivieron antaños de feraz abundancia.
Mimética mujer de paisajes austeros,
heroína de cuentos sin final con perdices,
si acaso, bajo el fario de las de mal agüero,
sin siquiera esperanzas de momentos felices
que llevarte a una vida, vacía y hastiada.
Marcada va tu vida de hondas cicatrices,
que sufres altanera, con actitud callada,
estoica mansedumbre grabada en tu adeene,
esculpida en tu alma hundida y rebajada.
Y a pesar de tu vida, tu corazón mantiene
la feroz valentía de leona en crianza,
que mata por sus crías, pues no habrá quien te frene
por mantenerlos vivos, en esa cruel balanza
de frágil equilibrio: muerte y supervivencia,
con desiguales fieles: lucha y desesperanza.
Jose Cruz Sainz