Reclinada en el regazo de una escolta en marcha
va pendiendo mi bandera hasta alcanzar los cielos.
Cada paso que retumba arrastra.
Mil soldados, hermanos míos que gritan entre miedos:
¡Viva patria mía!
La sangre convertida mancha en mi costilla.
Contempla mi costado herido,
que desprende y tinta el pecho al rojo vivo.
¡Que me envuelva yacente la maternidad de mi bandera
Y que mis restos le den vida a ésta, que es su tierra!
Pues de las águilas
postradas con sus garras en nopales
la belleza es ella.
Es aquellos dos amantes
transformados en volcanes.
Trae la guerra tatuada en su origen,
sobre polvo y pastizales
las capillas santas se erigen.
Que se aferren fuerte, los que puedan
y no dejen caer nunca nuestra nación entera.
Sostengan firmes a su emblema,
como si su vida de ello dependiera.
Que yo dispuesta estoy a alzar la voz,
coreando alto hasta tocar el Sol:
¡Obsérvenme, porque de México soy; él es mí, él es yo!