Te guardo en el silencio de mis secretos.
Cuando la vida se hace cuesta arriba, me siento a la vera del camino e invoco tu recuerdo.
Nunca me fallas, siempre disponible en el momento que te necesito.
Conociste lo más profundo de mi ser, ya que contigo no había reserva alguna y me amaste sabiendo mis miserias, límites, demonios, oscuridades.
Solo al mirarme sabías mi estado de ánimo, no te pude engañar al respecto, aunque si lo intenté más de una vez, imposible.
Nuestros silencios eran elocuentes más que mil palabras. Tu sola presencia me daba seguridad y espantaba lejos la soledad, la angustia o la tristeza.
Podía presentir tu presencia, conocía tu aroma, tu perfume, tus únicos pasos entre mil, tu armónica carcajada y tu elegante andar, felino, sereno.
Tu voz, dulce y cantarina tenía la facultad de calmar mis ansias, me indicaban mis errores, me hacía reflexionar y reconocer mi herrar, pedir perdón si necesario era.
Fuiste un ángel en mi peregrinar, en vez de alas, tenías pies ligeros y hermosos. Nunca caminaste delante de mí, para indicarme el camino; ni tampoco detrás, para empujarme, siempre a mi lado, acompañándome.
Vagué perdido cuando alzaste el vuelo para siempre. Fui egoísta y maldije la vida misma, hasta que comprendí que no tenía poder sobre ti. Que tenía que dejarte ir, pues eras un peregrino como yo. Que había vivido momentos hermosos a tu lado que quedarán para siempre en mí. Fuimos felices y eso queda en la eternidad.
Caminaba en medio de la oscuridad, en una noche sin luna. Sentí temor de las tinieblas mientras me abrazaba fuerte la soledad y me acunaba la tristeza. Alcé la mirada y ahí estabas. Brillante, fulgurante. Te contemplé y admiré. No te fuiste, te transformaste en estrella del norte, que alumbra y acompaña mi caminar, como siempre, como siempre….