andrea barbaranelli

El panorama ha perdido sus colores

 

¿De dónde ha salido

ese tipo que no se calla

ni siquiera bajo amenaza de muerte?

Impudente y presumido,

con la cara de uno que afirma: ¡No se metan conmigo!

Yo me quedo con mi dolor,

pero con ustedes no quiero compartir ni la nada.

Ahora que debo reinventarme la vida,

volver a poner ladrillo sobre ladrillo

de este edificio que se derrumbó

sacudido por el sisma,

ahora que debo recoger los cascotes

en esta plaza vacía como un domingo de invierno,

tendré en fin el derecho de hablar

no digo con los demás, pero conmigo mismo.

No voy a callar ni una palabra

de las que acuden a mi boca.

Aunque no haya nadie que me escuche,

hablaré para romper este silencio

que me oprime los pulmones,

me los aprieta y estruja como un trapo mojado.

Con mis solos recursos voy a empezar de nuevo.

Mis amigos están todos muertos

o demasiado viejos para preocuparse

de lo que no los toca en su piel.

El panorama ha perdido

la riqueza de sus colores.

A través de los vidrios de la ventana

alguna sombra se mueve en la plaza

y desaparece de pronto.

Hace frío. No hay leña en la estufa

y no hay nadie que pueda ir a cortarla.

Estoy solo aquí, yo, el viejo pendenciero

que riza el rizo discutiendo con la muerte

que me mira con sus cuencas vacías

y bate la mandíbula abriendo y cerrando una boca

sin labios y sin lengua, formando

sonidos incomprensibles

de un idioma que aún desconozco

y que no sé si alguna vez voy a aprender.

Soy yo el que siente dentro de sí

el tic-tac de un reloj,

el repiqueteo de la carcoma de la duda

cavando galerías

y pulverizando

la madera más dura.

Soy yo el impudente

el obstinado,

el condenado en este desierto

donde nadie tiene tiempo y ganas de escucharme.