Con aires de princesa, la luna va brillando,
quitando de la noche su negra oscuridad,
el alma del poeta, por siempre está inspirando
con su rayo de plata, que nos viene contando
historias amorosas, con regia claridad.
Serena y transparente, su encanto lo despliega,
con ese eterno anhelo, de dama que suspira,
el haz de sus reflejos, con gran ternura riega,
con halo luminoso, de paz que nos sosiega,
y brillo de esperanza, que a nuestra tierra inspira.
Con luz de bella perla mi lira la seduce,
mirando que navega con aura muy galana;
espléndido, armonioso, su disco siempre luce,
lo mismo que un poema, sensual, que nos traduce,
del pájaro que borda, su trino en la mañana.
En medio de mi sueño le pongo serenata,
haciendo con mi pluma corona sideral,
su imagen silenciosa, mi numen lo dilata,
logrando que produzca romántica sonata,
que sale de mi pecho de tímido zorzal.
Me asombra su figura de ninfa enamorada,
que tañe con su flauta canción de eternidad;
en ella lleva impresa la rima apasionada
que nace cual la nota de música sagrada,
y guarda en sus entrañas, de amor, su majestad.
¡La adoro por su hechizo, divino y soberano,
por todas esas noches que brinda inspiración,
por todos los secretos que sabe del arcano
que viven escondidos del pobre ser humano,
que busca eternamente su luz de redención!
¡Por eso yo me postro rendido en sus altares,
huyendo de las penas, del miedo, del dolor;
me ofrece con su lumbre, los blancos azahares,
que curan de este mundo los negros avatares,
haciendo de su estela, mi lecho de fulgor!
¡Mi cáliz es el surco que deja su grandeza,
por ella solamente mi musa volará,
así podré beberme su nítida belleza,
haciendo que me entregue su mística pureza
en donde mis quimeras por siempre albergará!
Autor: Aníbal Rodríguez.