Desde mis años de tierna infancia
yo te soñaba con devoción,
te imaginaba con la prestancia
cual Margarita de la gran Francia
que conquistara mi corazón.
Llena de gracias, me parecías
como la rosa color carmín,
bella y radiante tu florecías
dentro del alma, la cual tenías,
para tu encanto, de camarín.
Cada mañana con grande anhelo
yo te esperaba con ansia fiel,
tiernos poemas alzaban vuelo
y con sus rimas llegaba al cielo
para buscarte por su vergel.
Como un ensueño llegaste un día
toda cubierta de gran fulgor,
y las campanas del medio día
dulces tocaron la sinfonía
de la presencia del gran amor.
Al contemplarte brotó al momento
ese suspiro de ser feliz,
pues cautivaron mi pensamiento,
de tus palabras, su dulce aliento,
y tu silueta de emperatriz.
¡Hoy tu ternura pasión germina
plena de luces y de arrebol,
das a mi vida tu luz divina,
sacas del alma cualquier neblina
como la lumbre de regio sol!
Autor: Aníbal Rodríguez.