Como en los diáfanos cristales se contemplara
una refulgente mañana de primavera
y en el fondo del espejo su hermosa faz viera,
quedó para siempre enamorado de su cara.
No hubiera en el cielo esplendente sol que brillara
con el resplandor que su áurico rostro luciera,
su gran belleza lo deslumbró de tal manera,
que se enamoró por siempre de su imagen clara.
Convertido por su egolatría en áurea flor,
es entre todas las flores el gran esplendor
de los aterciopelados campos esmeralda.
En pétalos de oro y ámbar su cabello gualda
transforma aquel que de sí mismo se enamoró
y a una hermosa ninfa amartelada detestó.